miércoles, 1 de junio de 2016

De músico, poeta y Taita, todos los llaneros tienen un poco

06 de mayo de 2016
Conmemorando 143 del fallecimiento de José Antonio Páez
Por Louisiana Panagua.
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Imagen tomada de la Web del Dr. Luis Alberto Ramos
La figura de Páez me parece particularmente atractiva, en especial por las historias periféricas que se cuentan sobre él: que si es músico, que si era de familia humilde, que si traicionó a Bolívar sus motivos tendría, que si era fuerte-fuerte, que si era querido por su ejército. De sus batallas, mucho se escribe y se enseña en las escuelas, pero hay muchas historias que nos lo describen en su cotidianidad y que poco se las menciona. He tenido la suerte de encontrarme con estas historias, y así lo fui bajando del pedestal de los libertadores para verlo tan humano como soy yo, como eres tú. Así es más fácil verlo a los ojos, ¿cierto?
Carlos Córdoba publicó en su blog Escribiendo aunque sea fallo, una cita de José Martí sobre el Taita:
“…Nadie comenzó su vida en mayor humildad, ni la ilustró con más dotes de aquellas sublimes que aparecen, con el misterio de la vida, venir a los hombres privilegiados del espíritu mismo de la tierra en que nacen… jamás fuiste cruel, ni derramaste para tu provecho la sangre de los tuyos, ni deprimiste, para mantener un falso engrandecimiento, el carácter de tus conciudadanos…”.
De peón a Presidente.
Páez rompió con todas las estructuras sociales y culturales de la época. Aún hoy sería considerado un fenómeno social: Nació en una familia canaria que había migrado a Venezuela. Su familia era grande y muy humilde. Desde muy joven ya se vio en la necesidad de trabajar como peón para mantenerse. Y lo hizo como peón en una hacienda.
Un peón no tenía derecho a pensar ni a tener esperanzas, un peón tenía el deber de hacerse fuerte o morir porque trabajar la tierra en el llano no era para débiles, no había maquinaria no artefactos: solo las manos, la espalda y la resistencia.
De esos años, Córdoba escribe:
“Lo que no se imaginó Páez fue que el trabajo del llanero resultó ser una jornada muy dura. Sumado a eso el capataz del hato, un negro llamado Manuelote le puso el ojo a el “Catire” y le asignó las tareas más duras: domar caballos salvajes, pastorear el ganado bajo el sol inclemente, velar por las noches las madrinas de los caballos, tirarse al agua a guiar al ganado sin importar que el joven rubio supiera nadar. Y para colmo, al final de la jornada le gritaba “Catire Páez, traiga un camazo con agua, y láveme los pies”.
Esos años trabajando como peón, le proporcionaron a Páez una increíble fortaleza física, así como la habilidad para montar y enlazar. Contó el mismo General una anécdota, que muchos años después, en la batalla de Mata de la Miel tomó como prisionero a Manuelote, al cual trató con mucha bondad, y quien gracias a eso se enlistó más tarde en sus filas. Los demás llaneros siempre con cierta malicia le gritaban a Manuelote: “Catire Páez, traiga un camazo con agua, y láveme los pies”, a lo que el negro les respondía: “Ya sé que ustedes, dicen eso por mí; pero a mí me deben el tener a la cabeza un hombre tan fuerte, y la patria una de las mejores lanzas, porque fui yo quien lo hice hombre.
Luego de La Calzada Páez pasa a trabajar en el hato El Pagüey, también propiedad de Pulido, donde dejó de ser peón y aprendió el negocio de la venta de ganado. En esos años comenzó a trabajar por su cuenta y adquirió algunos bienes de fortuna que le permitieron vivir tranquilo, satisfecho y feliz. Sin embargo se acercaba la hora de su redención y la patria lo llamaría a luchar por la libertad”.
Sí, señor, José Antonio salió de abajo. Dicen que eso es sacarle las patas del barro a la familia.
Desde siempre, fue partidario de la lucha patriota, aunque por giros del destino, tuvo que servir en pequeños mandados al ejército realista, del que escapó en búsqueda de los suyos.
Largos años entregados a la libertad y la independencia, inteligentísimas estrategias de guerra asimétrica fuera del campo de batalla, lo que provocó en incontables ocasiones la victoria por el cansancio de sus enemigos; brillantes acciones dentro del campo de batalla, lo llevaron a pulso a ganarse las charreteras de oro, todos los reconocimientos que recibió a lo largo de su vida y los nombramientos como Presidente de la República.
¡Vuelvan Caras!
Una de las descripciones más fascinantes y emocionantes que he leído de la famosa anécdota de ¡Vuelvan caras!, la escribió Eduardo Blanco en su libro “Venezuela Heroica”, cuyos fragmentos los pueden leer en el blog Las vivencias del abuelo.
“Tres cuerpos de caballo apenas los separa del codiciado instante: los brazos se extienden, los sables se levantan, la sangre va a correr, Llegó el momento.
Un grito agudo resuena de improviso, dominando el estrépito; grito imperioso y breve, que encierra orden terrible. La de Páez: todos la oyen, y simultáneamente la obedecen los suyos con la pasmosa rapidez del rayo.
Aquella orden suprema, aquel heroico grito, encerraba esta frase estupenda: “¡Vuelvan Caras!”
Lo que entonces pasó no tiene ejemplo en los fastos del heroísmo humano.
La pluma se estremece al describir aquel suceso; la razón se resiste a creerlo; pero ahí está la historia, y la tradición, y los contemporáneos, y el testimonio de Bolívar y medio siglo de incontestables alabanzas y los mismos émulos de Páez que no se atreven a negarlo.
Con la velocidad del pensamiento, los llaneros revuelven sus caballos, dan la cara al enemigo; centellean las levantadas lanzas, y un choque terrible, formidable, como el encuentro de dos rápidas nubes, de dos furiosas tempestades, hace temblar la tierra.
La primera fila de la caballería española queda por tierra revolcada; la segunda vacila; nuestros lanceros la acuchillan; en el centro, embarazado por los caballos en las filas destrozadas, replíegase en desorden; giran sin tino buscando reponerse y da el flanco a la cuchilla de aquellos diestros segadores, que cortan sin piedad”.
Músico y botánico.
Hace algunos años, de visita en su casa de Valencia, pude tener uno de los más simpáticos descubrimientos de mi vida: José Antonio fue músico y apasionado de las artes. Oscar José Márquez escribió en su blog José Antonio Páez, El Centauro del Llano:
“Increíblemente llegó a interpretar el Otelo de Shakespeare, junto a Carlos Soublette, otro patriota y presidente de la República. Fue gracias al amor de la encantadora Bárbara Nieves, quien a todo efecto práctico (salvo en papel) fue su segunda esposa, que Páez tuvo acceso a la cultura universal
El violín, el violonchelo y el piano fueron doblegados por su sed interpretativa, y para los cuales compuso piezas musicales. Nadie pensaría que “el centauro de los llanos” fue también alumno de Codazzi, de quien aprendería lo suficiente de botánica como para crear un tipo de rosal cuya flor lleva su nombre, la Rosa Páez”.
Y Justo Morao, en la página Jingle Electoral, escribió.
“Puede decirse que Páez no fue educado en la teoría musical formal, de niño apenas aprendió a leer y a escribir, pero su grandeza humana, su amor y su sensibilidad lo llevó a componer melodías de muy buen gusto; para ello se valió hábilmente de la ayuda del arreglista Charles Lambra en Argentina quien lo asistió en los rudimentos musicales
Quién pudiera imaginar hasta donde hubiera podido llegar un hombre de esa talla si en su juventud hubiera tenido la oportunidad de estudiar tanto artes militares como teoría musical…”.
Para terminar, acá te dejo un extracto que Justo compartiera en su nota, de la música escrita por José Antonio Páez, interpretada por la Orquesta Sinfónica Venezuela, espero lo disfrutes tanto como lo he disfrutado yo:
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